domingo, 16 de mayo de 2010

El uso de la Memoria

¿Cómo recordará la historia aquel terremoto que removió al país en Febrero del 2010? ¿Cómo se relatarán los ‘dimes y diretes’ que atravesaron el Congreso Nacional esta semana? ¿Dicha jornada parlamentaria quedará afuera de la historia nacional? ¿Caerá en el olvido? ¿Se omitirá el terremoto también de los anales de nuestra historia? Tomar posiciones frente a los hechos es muy fácil: asumirlos, ignorarlos o investigarlos, son todas estas, actitudes que cualquiera de nosotros puede realizar libremente, a cada instante, en la medida en que ocurren y nos enteramos de ellos. Anticipar, sin embargo, cómo estos quedarán plasmados en la historia para las generaciones venideras, no es tan fácil. De hecho, es improbable saberlo. Y es que, si bien formamos parte de la historia, la mayoría de nosotros no la construye (por mucho que deseemos con todas las fuerzas lograr algún grado de protagonismo en ella), pues a fin de cuentas, la historia no son los hechos, no son las causas y los efectos, no es el tiempo ordenado linealmente, todo tan coherente.
La historia es el relato de todo eso y mucho más: es un cuento, una narración, una historia que se transmite de ‘una’ forma, no de ‘cualquier’ forma; es un relato que se piensa mucho antes de llevarlo al papel; es un cuento que cuenta lo que quiere contar, aquello que no quiere que quede en el olvido, olvidando y omitiendo, a su vez, lo que desea que no se recuerde jamás. Entonces, se escoge aquella parte del pasado, (una mínima parte por cierto) que se plasmará en libros, textos escolares, leyendas, prensa, documentales, etc. Luego viene la acción de escoger la forma en que aquel instante se fosiliza en su escritura: No es lo mismo que nuestros nietos o bisnietos lean en su texto escolar que, en el año 2010 un gran terremoto no sólo removió a buena parte del territorio nacional, sino que además reveló la enorme solidaridad de un pueblo chileno unido, que proclamaba a grandes voces la igualdad y la fraternidad frente a momentos de crisis que, a fin de cuentas, no eran responsabilidad de nadie; sería distinto digo, a que leyeran, por ejemplo, que en el año 2010 un gran terremoto no sólo removió a buena parte del territorio nacional, sino que además, develó las tremendas injusticias y desigualdades en las que gran parte de la población coexiste diariamente a lo largo y ancho del país; que dicho terremoto dejó en evidencia las profundas irregularidades en las fiscalizaciones de la construcción urbana, sobre todo en comunas y barrios de bajos y medianos recursos, problemáticas que pudieron haberse evitado dado que la responsabilidad de estas y otras situaciones recaía en grupos sociales, políticos, burocráticos, económicos, etc.
Ninguna de ambas narraciones miente, ninguna, sin embargo, es inocente al momento de transmitir su relato. Se escogió qué decir; y se escogió también cómo decirlo. La carga valorativa de los hechos va implícita en el texto y se transfiere al lector sin que este logre darse cuenta. Ahora bien, no sabemos cuál será esa carga que se transmitirá a las generaciones futuras respecto a los acontecimientos del 2010; tampoco sabemos quién transmitirá nuestra historia. No sabemos qué se contará, cómo se contará ni quién lo contará. Es la ignorancia inevitable del presente cuando intenta encarar su futuro. Quizá por eso no nos cansamos de mirar hacia el pasado, pues ahí, al menos, logramos vislumbrar el ‘futuro’ de cada época. Les tengo un gran ejemplo de todo ello.
En el siglo IX, los reinos cristianos que lograron permanecer en la península Ibérica después de la invasión musulmana en el territorio, necesitaron de una potente campaña política, -además de importantes ejércitos- para poder mantener la estabilidad del reino. Resulta que como los herederos al trono de la monarquía visigoda habían muerto en la batalla en la que los musulmanes arribaban en la península, la rebelión al poder árabe surgió de un caudillo que, si bien, fue nombrado rey, nada impedía que sus descendientes fueran derrocados por otros caudillos. Por eso, el reino de Asturias, que surge de la rebelión de Pelayo en el siglo VIII, para fines del siglo IX debe afirmar su posición en el territorio. Aunque sería mejor decir que no es el reino, sino el rey Alfonso III, el que necesita mantener su poder de modo más legítimo. ¿Cómo lo hizo? Fácil, contando la historia, contando SU historia.
Mandó a redactar las llamadas "Crónicas Asturianas" en las que se va relatando la historia del reino visigodo, la invasión de los musulmanes, la rebelión de Pelayo en la batalla de Covadonga y el surgimiento del reino de Aturias. Pero no lo contó todo, y lo que contó no lo hizo de cualquier modo. El retrato que recibimos de Pelayo, aquel caudillo que fundó el reino que Alfonso III desea mantener bajo control, es el retrato de un verdadero héroe: un hombre cristiano, valiente, honrado, sabio. Verdadera encarnación de todos los valores que la cultura hispano-medieval ponderó durante siglos. Dicha figura se transmitió por generaciones, como ejemplo de valor y grandeza, modelo a seguir por reyes y fieles al reino. Concretamente, lo que se puede apreciar en estas crónicas es la conducta que, se espera, sigan todos aquellos dignos de llamarse cristianos del reino de Asturias: se promueve la lealtad a la fe -en caso de que a alguien se le ocurriese convertirse al Islam-, así como la lealtad al poder real -en caso de que a alguien se le ocurriese instaurar una guerra civil-.
Hasta ese momento, el relato de lo ocurrido en la Batalla de Covadonga y otros tantos sucesos ocurridos en los siglos anteriores en la Península, se había transmitido de modo oral. Alfonso III no sólo llevó el recuerdo a la ecritura, sino que, más importante aún, la controló. Controló la memoria, la utilizó y la sistematizó exitosamente, pues ¿qué héroe no se parece al Pelayo de la Crónica de Asturias? Mio Cid, Roldán, Santiago, son todos ellos los héroes que la gente común y corriente mantuvo en su memoria durante siglos a través de la literatura y el folklore español. Está demás decir que mientras avanzaba el tiempo, avanzaba también la frontera de este reino y en su exito frente al musulmán, no hay guerras civiles que se recuerden, o al menos, que destruyeran las posibilidades de triunfo.

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