domingo, 16 de mayo de 2010

Los héroes del pasado, un reflejo del ayer

Dar vida a un héroe es el resultado de un proceso doble: por una parte, se debe recopilar todo aquello que se quiere elevar, rememorar, y ponderar como valores supremos y absolutos, casi indiscutibles. Por otro lado, se debe construir el relato en el que cada uno de esos elementos se irá superponiendo en la figura de aquel individuo, aquel hombre que es más que un hombre, pues es un modelo para la sociedad que lo revive en tanto lo recuerda. Antes que cualquier otra cosa, nuestro héroe debe estar muerto, no olvidemos eso.
Chile escogió a aquellos hombres que honraron la idea de patria, que defendieron los valores católicos y tradicionales de los que la nación chilena quería hacerse eco; fueron aquellos hombres que lucharon en alguna engrandecida batalla en la que el destino mismo de la patria, de sus fronteras y de su ‘pueblo’ estaba en peligro. Por supuesto que no aparece en la Historia de Chile algún detalle que oscurezca o contradiga la imagen pública que la heroicidad los ha llevado a la fama. Entre estos hombres, encontramos a Bernardo O’Higgins, a Arturo Prat, a Diego Portales. Estudiarlos nos ayudaría a entender qué pasa con nuestra sociedad hoy.
España, la España cristiana, también construyó sus héroes y no lo hizo solo desde la historia, sino que, interesante ejercicio, los transformó en tema literario. Quienes encarnaran la heroicidad a través de los siglos debían ser hombres profundamente cristianos, leales a su reino, a su rey, a su pueblo; a su vez, debían ser buenos señores –pues vasallos tenían- y, por supuesto, haber dado lo mejor de sí en grandes batallas contra el infiel, el musulmán. Debían ser la combinación perfecta entre compasión y crueldad, entre temor a Dios y al rey, y valor inigualable frente al enemigo. A medida que pasaba el tiempo, la literatura también los rodeó de magia, de apariciones, de sueños. Hablamos de Pelayo, de mio Cid, de Roldán, de los Infantes de Lara, de Santiago de Compostela, de Carlomagno, y de un largo etc.
¿Tendremos algo en común con aquella España medieval, que no sea sólo el idioma?

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